La Balanza y La Barrera

Autor: E.T (Salto)

Fecha: 26/05/2015

La Balanza:

Fue hace mucho tiempo, en la Aduana de Salto, en plena dictadura militar en el  Resguardo Central, que funcionaba las veinticuatro horas, todos los días del año con tres horarios, y por supuesto un funcionario para cada horario, el mas “cómodo “de 4 de la mañana a 12 del mediodía, era conocido como el de los castigados, por alguna macana hecha por simpatías no generadas  o por circunstancias funcionales, a decir de los que los sufrieron “siempre hubo hijos y entrenados”, que función tenía, lo que todos sabían, la Aduana debía funcionar las veinticuatro horas.

Años más tarde dicho lugar y ya en plena democracia paso a ser tristemente conocido como “la cárcel del pueblo”, pues seguía sirviendo para  fines similares.

La tarea mas importante a cumplir, llevar correctamente el Libro de Novedades, el cual era inspeccionado celosamente por el Inspector de Resguardos  quien estampaba su característico VºBº (visto bueno) y su rubrica.

Lo usual era “recibí el turno del funcionario……, sin novedad” y al final de la jornada “entrego el turno al funcionario……sin novedad” y en el medio se registraba la entrada y salida del vehículo oficial (un Land Rover) y las visitas del Inspector

Si existía alguna novedad era boca a boca, lo de escribir no era lo usual, dijo fulano que le digas a…….., lo de escribir no se daba mucho a veces se podía mal interpretar lo ordenado.

El Resguardo, un inmenso recinto, alto, oscuro, vetusto ex depósito de sal de principios de siglo, una amarillenta luz central, el mobiliario un inmenso escritorio una silla y el libro de novedades.

Si tenía un detalle menor,  no tenía baño, no tenía agua, las gigantescas puertas de entrada debían permanecer siempre abiertas, con su orientación hacia el majestuoso río Uruguay.

El Receptor de Aduanas del momento, que tenía su vivienda junto a las Oficinas de la Receptoría, en la planta alta del edificio,  había recibido la Orden de “bajar” a la Capital, todo un acontecimiento, o era en tren o en ómnibus “Onda” lo hacia en Onda, horario de salida las cuatro de la mañana.

A las eso de las dos y pico de la mañana de ese día, vino desde su casa al Resguardo el chofer del “Robert” y no encontró al funcionario de la “Guardia”, y como ya sabía decidió esperarlo que viniera del baño.

El baño, estaba en un edificio de enfrente al Resguardo, con una calle de por medio,  donde funcionaba la balanza del puerto y pertenecía a la ANP, como hacia muchos que no había actividad portuaria se usaba como depósito. La única puerta permanecía siempre abierta por cortesía de los funcionarios del Puerto, o sea para los demás estaba cerrada pero tenía un “yeitiño”  para abrirla, desde afuera y o trancarla desde adentro.

El chofer esperó prudentemente pero la hora se venía, y fue a buscarlo, la puerta estaba trancada y bien trancada, bichó por el vidrio y vio al funcionario con una pareja femenina, cómodamente horizontal sobre una pila de cartones en pleno acto que no tenían mucho que ver con la función aduanera.

Y como hombre de confianza del Receptor subió prontamente las escaleras e inmediatamente le comunico las “novedades” a  su Jefe  como se acostumbraba  a hacer en la jerga aduanera.

¡Que me dice Ud.!, bajaron raudamente las escaleras ambos y valija, derechito a la balanza, la puerta seguía trancada, el Receptor, golpeo furiosamente el vidrio de la puerta, el funcionario los vio y delicadamente le tapo la cabeza a la dama, levanto la mano que daba hacia donde estaban ellos mostrándoles la palma de la mano y haciendo un gesto de “espere un momento”

El adusto jerarca y su chofer también unos caballeros de “ley” se retiraron hacia el otro lado de la calle a esperar junto al Robert, mascullando furiosamente vaya saber que, pero sería fácil imaginarlo.

A su tiempo sale el funcionario arreglándose la ropa, alisándose los cabellos con la mano,  cabizbajo y a paso muy lento cruzo la calle.

“Buen día Jefe, sin novedad”,

“A ud. le parece que no tiene novedad”,

“No señor, ella siempre me acompaña cada vez que puede”

Y dominando su legítimo enojo de acuerdo a las circunstancias vividas le bramó en plena cara:

“Porque no abrió la puerta cuando yo la golpee, desconociendo ud, mi autoridad”

“Jefe yo le reconozco su autoridad, por eso me presento”

“Y qué mas tiene para decirme”

“No mucho, el enchastre ya lo estaba hecho y enchastre por enchastre, decidí  acabar  lo empezado”


LA BARRERA:

Plena obra de Salto Grande, entrada del lado uruguayo, varios cuerpos de edificios totalmente prefabricados, con materiales hermosos y desconocidos en Salto, estratégicamente ubicados y separados por una barrera, detrás de la cual actuaban la seguridad de la empresa muchos funcionarios correctamente uniformados y con los cascos de seguridad.

 

Cada vez que llegaba un vehículo los guardias hacían su función, aceleradamente, tomaban datos, registraban las cargas.

Y por frente sentado como mirando esa película, el funcionario de aduanas, cumpliendo un horario de doce por doce, sin franco, sin saber a ciencia cierta qué hacía o cuál era su función, cada tanto aparecía una camioneta imponente con un Oficinista, se apersonaba y la entregaba bajo firma unas hermosas carpetas, llenas de formularios y otras cosas, con el consabido “Te traje tanto expedientes de……..”.  De ahí pasaban a los armarios metálicos a descansar, hasta que alguien los precisaba y si los encontraba ¡que alegría!

Eran épocas muy bravas para la economía aduanera, se ganaba casi nada, las familias eran grandes, los alquileres eran caros, la ciudad lo era, la cosa giraba alrededor de los sueldos de Salto Grande.

La gran ventaja era el “comedor”, una maravilla, entrada, plato principal y postre, agua mineral o si querías Vino, un lujo desconocido, era pollo, carne al horno, postres, mejor lo dejamos ahí ¡qué tiempos!

Y bueno,  aduaneros al fin, se logró que  un lugar para el almuerzo  y otro para la cena, camas para la noche, un ventilador de pie, como lo último en tecnología.

Pero los días seguían  tan monótonos uno como otros,  hasta que surgió una novedad, empezaba el otoño y los obreros del obrador cambiarían de uniforme y de zapatos por botines.

Los jefes de seguridad y similares del obrador, todos de la marina o el ejército, como debía ser, era la época militar. Al pasar uno de ellos por el Resguardo, fue abordado por el funcionario de Aduanas:

 

“Buen día mi capitán, podría hablar con Ud.”

 

“Pero como no amigo, en que puedo servirle”

 

“Sabe ando medio mal de cubiertas, mis botes están en las últimas, hasta los remos se están rompiendo”

El capitán miro hacia los pies del funcionario y vio que la cosa era cierta y lastimosa, casi que ni cordones tenía.

 

“No sobrará un par de botines, con eso me remedeo pa´ estos días de ventisca y lluvia”

“Ningún problema, lo único que tengo para decirle es que son botines de  seguridad tienen la punta de acero y la suela es gruesa”

“Justo lo que ando necesitando”

 “Que número calza”

“Miré del cuarenta pa´ arriba todo me sirve”

El lunes siguiente, nuestro amigo gran nacionalofico, se presente a cumplir el turno, el cuadro de sus amores había perdido, y la cachada era  bien pesada había que aguantarla, - no era changa la cosa.

A eso de las diez de la mañana, se presenta el capitán con una gran sonrisa y le dice al funcionario, “ acá está su encargue, mi amigo” , le entrega una caja de zapatos de las grandes y se marcha.

 

“Muchas gracias mi capitán” 

“No hay porque, que los disfrute”

 

La pone debajo del brazo y raudo y veloz, entra  al Resguardo, a través de la caja cerrada se sentía el olor a cuero y a nuevo, ¡qué hermosa sensación! con una gran sonrisa la abre, los botines eran imponentes, eran su número, pero la suela y los cordones  eran  negros y  la capellada de un amarillo chillón, los colores de seguridad se empezaban a usar.